Libros
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Cuenta la historia, que Napoleón Bonaparte, un poco antes de una de sus famosas batallas, prometió a sus hombres « Volveréis a casa bajo arcos triunfales ». Desde entonces, poetas, locos y trashumantes han venido construyendo sus propios Arcos. Unas veces físicos, líricos, celestiales o simplemente fantasmagóricos. Sitios de la invención donde no falta la tumba del soldado o la amante desconocida y una llama que perpetúa y habla del fuego como algo sagrado, simbólico y motor de toda creación. He aquí que me asomo a estas páginas donde trazos y palabras se combinan como en el más puro ejercicio renacentista. Unas veces es el niño que con sus dedos traza el rostro de una mujer o dos cuerpos como en fuga. En otras, nos asalta el filósofo o poeta para decirnos:
DESTINO
Hacer, Deshacer
Andar, Volar
Caer, Entrar
Salir, Volver a entrar
Seguir, Abonar la huella
Siempre, El camino.
Por alguna oscura o luminosa conexión recordaba la antigua metáfora budista de un sendero con la idea de un paso despejado de toda maleza, todo obstáculo que permite cruzar, atravesar un bosque, un monte para muchos infranqueable. Si ya en Agenda de notas 1863 días en la URSS (Ediciones Holguín, 2014), el autor que presentamos hoy, ya dejaba constancia de su espíritu escritural, ese afán de signar más allá de los trazos de un pincel o una gubia, las palabras que le dicta el espíritu. Textos que se pasean con beatitud por el aforismo, el epigrama o la simple reflexión del hombre que esgrime como carta de presentación: « Esto no es un libro, / Yo no sería capaz/de proponerme tal empeño. / Es un arco de otros sueños».
Ironía, desenfado, toma de partido. A estas alturas, no estoy muy convencido si Alberto Lescay Merencio, es un poeta, un loco, o un trashumante que se ha tomado a pecho aquella frase de Napoleón Bonaparte: « Volveréis a casa bajo arcos triunfales ».
Ya dije en una ocasión que Alberto Lescay viene de la selva. En su mano izquierda hay un río. En su mano derecha blande un cuchillo. En el río que está en la mano izquierda de Alberto Lescay hay un pez que canta. Con el cuchillo que está en la mano derecha de Alberto Lescay no se puede matar al pez que canta. La selva es un rumor. Una palmera se convierte en arco de luz. Es apenas la semilla para que una luciérnaga salga a fundar el cielo. El color se desparrama por el lienzo, toma forma, estalla en bronce, en barro primigenio. Ahora el pez es un pájaro. El río sigue siendo un huracán de agua. El cuchillo es vehemencia. Lo demás es temblor. En la mano izquierda, un sonajero. En la mano derecha, un surtidor.
Alberto Lescay ha descubierto la magia.
Tal vez sea el escribiente niño o filósofo que desde el sueño traza mujeres de humo, palabras de aire, fragmentos de un espejo que se refleja en otros espejos. Los invito a entrar al Arco. Entrar al Triunfo. Entrar a ese estado de gentileza que es la poesía.
Reinaldo García Blanco (Poeta y Escritor)