Re-conociendo el Paisaje Interior de Alberto Lescay Merencio

Por MS.c. Maciel Reyes Aguilera

Aquél que mira hacia fuera, sueña;
aquél que mira hacia dentro, despierta
Karl Jung

Al entrar en las salas del Museo Nacional de Bellas Artes este 17 de marzo, luego de una enigmática procesión, creemos descubrir, entresijos del mundo espiritual de Alberto Lescay Merencio. Lo inesperado quizás, es que al mismo tiempo, la muestra crea una coalición con nuestras propias introspecciones. Decía el escritor del Romanticismo alemán Novalis que “el camino misterioso va hacia el interior”, precisamente son esas encrucijadas filosóficas de las cuales no se puede desprender el artista. Es así como el arte expresa, en ocasiones, aquello que no podemos ver.

Prefiero acercarme al certamen con las luces del geógrafo social Milton Santos quien definió el paisaje como “lo que nuestra visión alcanza en un instante y que está conformado por volúmenes, colores, olores, sonidos etc.”, de ese modo agrega que es la dimensión de nuestra percepción, lo que llega a los sentidos. Y es en ese aspecto de conectar con el público a través de los sentimientos donde pienso que está contenido uno de los aciertos de Paisaje Interior.

Cada detalle fue bien cuidado dentro de la muestra. No solo sorprende por la magnitud de los bronces y lienzos que visten de gala, técnicas mixtas conjugadas con un marcado fin estético-expresivo, sino por la sagacidad de la línea sencilla, el pequeño formato o la gráfica poética, los cuales demuestran la versatilidad del artista. Existe un sustrato ético e histórico en la obra del hombre que monumentalizó en bronce la entereza de Maceo, el espíritu del guerrero venezolano, el árbol de la libertad, la esencia del cimarrón, la solidaridad del Che, las dimensiones de Martí, la fuerza de Rosa la bayamesa y la indómita Mariana, el vuelo de Lam y más recientemente el regreso de Aponte. Sus monumentos se presentan ante el espectador en un juego de líneas expresivas y sinuosas que marcan el carácter del representado sin perder la solemnidad del conjunto. Hecho que logra gracias a la maestría del oficio aprendida en las academias de Cuba y Leningrado y a su incesante inquietud creativa. Por eso poseen un diálogo entre tradición y modernidad a sabiendas de los intersticios conceptuales. Lescay entiende la vocación del sitio y se enrumba hacia la comunión social por eso el Aponte cruzará los márgenes y recuperará el lugar perdido.

La naturaleza es parte compositiva de sus obras. Las cuales se integran de tal manera que parece que siempre han estado allí, formando parte del paisaje cultural. El evidente carácter público de los conjuntos monumentales no disiente con la carga estética que el autor le impregna. Me atrevo a expresar que su grandeza como artista precisa en esa síntesis plástica que pocos logran alcanzar.

No puedo afirmar que Paisaje Interior tiene un hilo temático unitario o diacrónico porque no es así. Lo que dialoga entre el artista, la exposición y el público es el espíritu, a ratos desmedido, otros contenidos, en fin, inconmensurable. Si intentáramos delimitar las obras expuestas por tópicos, en ese constante patrón intelectual de querer encasillar a los artistas, tendríamos que volver a los tres polos conceptuales que definiera Desquirón Oliva en 1998: eros-magia-vuelo. Sin embargo hay que mirar hacia su valoración de la historia y la presencia de la ritualidad. El rito en el arte del maestro no parte de un concepto religioso sino espiritual. Por eso la importancia de Mera, su madre, que nos recibe con la Nganga Viva una pieza que apropiándome de las palabra de Joel James Figarola “nos aproxima a ese mundo diríamos, fantasmagórico que es el Caribe en nosotros”. Para el creador, Mera es esencia y presencia dentro del paisaje artístico- personal de su vida. Se considera deudor de un pasado africano pero no del sobre explotado concepto de sentirse negro sino del reconocimiento del dolor de nuestros ancestros. Elemento que es savia cultural que corre por nuestras venas porque afirmaba Kandisky, a principios del siglo pasado, que el pensamiento también es materia sensible. Tuvimos la posibilidad entonces de enfrentarnos al Perdón con el Makuto en la mano que Cae- Vuela.

Una cierta universalidad nace del pintoresco estudio, su espacio íntimo y el hogar del intelecto. La poética visual se construye a partir de una multiplicidad estética y conceptual que hace referencia al genius loci o espíritu protector del terreno cultural del artista. Al mismo tiempo se expresa a través de los medios que le son exclusivamente propios al arte.

Su pintura es un collage de acontecimientos que a la manera de la action painting termina en campo santo. De modo que no existen ataduras porque cualquier elemento de la naturaleza se justifica a la hora de hacer arte. Por eso sus campos de abstracciones viajan hacia la libertad de ser la columna vertebral del lenguaje artístico con una infinidad de interpretaciones y sensaciones. Así rememoro a la curadora Corina Matamoros cuando afirma que “cada gran abstracción es una zona de libertad que el artista y el espectador conquistan para el intelecto”. En su obra hay mucho de música sobre todo de esa música cimarrónica que transgrede el espacio de los clubes. Alberto Lescay interpreta que el jazz es igual a la libertad y en sus lienzos encontramos trazos irreverentes, pinceladas sueltas, materia cotidiana y el color desmedido de la improvisación. En tanto que la muestra evidencia ese aspecto indiscutible de su obra: su comunión con el mundo, una comunión tanto estética como social.

Lescay se nos presenta como un cimarrón de estilos, si viene a bien el término y es posible que al extraer de estas salas piezas como Mi yo o algunos dibujos, perfectamente podríamos pensar que se tratase de otro artista, no es de extrañar entonces sus exitosas incursiones en la cerámica, el grabado o la fotografía por citar ejemplos.

De igual manera hurgamos en una historia personal que ha sido por momentos de todos. Un relato que como muchos de sus lienzos son para sentir diversas emociones y no para entender. Nos sometemos al engaño de los sentidos, a la duda que genera lo místico…Muchas de sus obras tienen a las caballas como eje principal, fruto de su genio creativo, estas peculiares musas son habituales dentro de su espacio personal. Cada caballa es el alter ego femenino, cada cuerpo una explosión de la carne. Su obra es la catarsis visual contenida en el propio espíritu del artista. La exposición de Alberto Lescay Merencio Premio Nacional de Artes Plásticas 2021 no constituye una retrospectiva de su quehacer plástico. Es, como en un buen paisaje de nosotros mismos, una imagen de las luces y colores de su vida, una puerta al paroxismo del alma.

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